Carol de https://carolterapia.com me inspiró el valor para publicar esta historia que comencé a escribir unos días después de perder a mi bebé. Nunca me he sentido más vulnerable que ahora mismo, pero voy a hacerlo. Voy a contarte mi historia.
Dato informativo: en España mueren 6 bebés al día por muerte perinatal.
11 de Junio de 2019. Hoy es un día gris aunque brilla el sol. En mi cabeza se repite una frase que jamás hubiera pensado escuchar: ha dejado de vivir. Tenía nombre, un padre y una madre que ya le querían, y un montón de planes que nunca se llevarán a cabo. Mi cuerpo aún creía que estaba embarazada, no se había enterado de que esa vida había dejado de latir. Se lo ha tenido que contar la ciencia a base de pastillas. Me dan un medicamento que se va a encargar de explicarle a mi cuerpo lo que tiene que hacer ahora con el embrión sin vida, y me pasan a una sala donde puedo estar sola sin tener que sentarme en la sala de espera, ya que estoy llorando.
No sé en qué momento he empezado a llorar y siento que no puedo parar. Las enfermeras me miran con cara de pena, me ofrecen su empatía, algunas palabras de consuelo, una de ellas me trae un vaso de agua con gas y una barrita de chocolate. Me pregunta si necesito algo más y yo solamente necesito un abrazo. Y me lo da. Me agarro a ella como si me fuera la vida en ello. Mi pareja está de camino. Cuando llega lleva la sonrisa más grande y forzada del mundo y sé que lo está haciendo por mí. Me abraza y lloro. «Lo volveremos a intentar». Pero una cosa no quita la otra, y es que yo tenía a nuestro bebé en mi útero y en algún momento dejó de vivir. Y eso duele. Y ahora me toca acostumbrarme a la vida sin mi bebé, después de casi tres meses pensando en cómo iba a ser la vida con mi bebé.
Lo peor viene después. Las pastillas no han hecho el efecto deseado y la doctora y una enfermera llevan a cabo un raspado sin anestesia. Sangro tanto que termino desmayándome, y tienen que ponerme un gotero con suero para que me recupere. Cuando vuelvo a casa han pasado más de 5 horas y me doy cuenta de que en todo el día solamente he comido un croissant guarro de chocolate cuando he salido de la estación de metro antes de entrar en la consulta, y yo venía a que me dijeran que todo estaba bien. Me llama mi madre para preguntar qué ha pasado, porque desde esta mañana no le contesto a los mensajes. Me sale un hilo de voz que dice «lo perdí». Lloramos juntas por mi bebé, su primer nieto.
Y aún me queda lo que a todas luces es el «parto» por el que tengo que pasar en casa, contracciones y expulsión incluídos. Nadie me había avisado del dolor al que me iba a tener que enfrentar sola.
Saco algunas conclusiones: esto también pasará. No es la primera vez que la vida me pone un obstáculo emocional y lo superaré. Pero no hoy, y me recluyo en una cueva de autocompasión. Otra conclusión es que mi infierno no es nada comparado con el que escucho que han vivido miles de mujeres en una situación similar en España. Es que aún no te he contado que yo vivo en Alemania. Berlín, la capital del tecno, ha tenido más empatía conmigo en 12 horas que con mis comadres en España en décadas.
En España la falta de empatía con una mujer sufriendo un aborto espontáneo entra en lo que denominamos como violencia obstétrica. Desde dejar a la mujer sola en un cuarto sufriendo contracciones para expulsar su bebé sin vida, frases como «venga, que esto no es nada», faltas de respeto y advertencias sobre lo que no hay que hacer la próxima vez… y me quedo corta. Según la OMS y otras organizaciones la media es que un 10-15% de mujeres que sabían que estaban embarazadas han sufrido un aborto espontáneo, así que seguro que conoces a alguien que ha pasado por ello y quizá ni siquiera lo sabes. O quizá eres tú (si es el caso, siéntete abrazada muy fuerte, compañera).
Sin embargo yo estoy tan agradecida por lo bien que se ha portado las enfermeras conmigo, que a los dos días les llevo un pequeño regalo. Pero esto debería ser la norma, y no la excepción. Durante todo un mes mi ginecóloga me mantiene en la más absoluta desinformación acerca de haber tomado una decisión muy importante que me correspondía a mí como paciente: decidir qué hacer. En el estado de shock en el que me encontraba después de haberme enterado que el embrión no vivía, me puso dos pastillas en la mano y me dio un vaso de agua. Confié en ella y no debería haberlo hecho. Eran pastillas abortivas, pero en ningún momento me informó de ello, ni de efectos secundarios. No me ofreció otras posibilidades. Me robó el derecho a decidir qué hacer con mi cuerpo. Tras un mes de revisiones semanales y sangrado, me dice que no sabe qué hacer. Y yo no doy crédito. Cuando llego a casa me desmorono, y mi chico en su frustración más absoluta me dice que no vuelva a ver a esta «doctora».
Siento que no tengo otra opción que irme al hospital, porque la incompetencia de la ginecóloga traspasa lo que yo puedo soportar como ser humano emocional y vulnerable. Lo cuento todo. Lo revivo todo. Lo lloro de nuevo. En el hospital me atiende una ginecóloga joven, muy amable y empática que me ofrece la posibilidad de un legrado. A estas alturas es la segunda semana de Julio. Me hicieron el legrado unos días antes de mi 34 cumpleaños. Mi doctora de cabecera me recomendó ir a terapia, yo elegí hacer terapia emocional en casa con los aceites esenciales. Sinceramente, no sé qué habría sido de mí sin ellos.
El día que me viene la regla por primera vez en Agosto, lo celebro con mis amigas.
La última conclusión a la que llego es que tengo que hablar de ello, porque a mí no me lo contaron, y tengo que hacer algo al respecto. De mi dolor nace el deseo de ayudar a otras mujeres en situaciones similares. Empiezo a documentarme, y cuanto más leo, más entiendo que todo esto empieza mucho antes: empieza con la educación. Decido convertirme en especialista en el ciclo menstrual, quiero ayudar a mujeres en todos los momentos de su ciclo: desde incluso antes de empezar la primera menstruación hasta la vida después de la menopausia. Pero sobretodo quiero ayudar a mujeres a que no tengan que pasar por lo mismo que yo.
Desde entonces he trabajado muy duro desarrollando un programa exclusivo en el que enseño a todo tipo de mujeres no solamente a integrar los aceites esenciales en su día a día sinó también a regular el ciclo menstrual de por vida. Quiero cogerte de la mano mientras hacemos este camino en el que tus migrañas, acné y otras molestias de origen menstrual se reducirán, aprenderás a potenciar la fertilidad natural de tu cuerpo si buscas quedarte embarazada (incluyendo apoyo durante el embarazo), y juntas construiremos cimientos para una menopausia saludable y feliz.
Puedes contactar conmigo sin importar en qué momento de tu vida o ciclo te encuentres, para unirte a esta familia virtual que está constantemente creciendo. Me niego a que otras mujeres tengan que pasar solas por lo que pasé yo, y aprender de la necesidad en lugar de aprender a prevenir y ayudar al cuerpo a seguir el curso natural que corresponde en cada momento de la vida. Yo tuve la gran suerte de que ya tenía los AE muy integrados en mi estilo de vida y tuve los recursos necesarios para apoyar a mi cuerpo físicamente y de manera emocional a superar este trauma.
Puedes contactar conmigo aquí si sientes que resuena contigo. Si necesitas reflexionar, aquí te dejo algunos enlaces que me ayudaron durante mi proceso de aceptación y duelo:
Esta es la belleza de una historia real, muy parecida a la mía. Me reconfortó que alguien hablase de ello tan abiertamente y con fotografías.
Sin latido (documental en catalán de TV3). El documental es extremadamente duro, sobretodo si acabas de pasar por algo similar, prepárate para llorar y limpiarte por dentro.
Aquí aprendí lo común que es y porqué no debemos sentirnos culpables.
Y por supuesto no te pierdas este grupo de apoyo maravilloso en Facebook: Matrioskas
Para terminar: cuando le dije a mi chico que iba a hablar sobre esto en el blog, me dijo que me entiende y me apoya completamente. No puedo estar más agradecida por el compañero con el que hago este camino.