En el año 2009 me fuí a vivir con una familia alemana como au-pair para aprender alemán. Lo que entonces no sabía es que era solamente el primer paso hacia mudarme a Alemania de manera permanente, a la vez que crecía mi cariño por la familia, el lugar, el país e incluso el duro idioma. Este fin de semana pasado volví de visita tras 9 largos años (a algunos tuve la suerte de verlos de visita en Berlín) pero ésta era la primera vez que iba a verlos a todos juntos: la familia (incluyendo los parientes y nuevos miembros) y los vecinos, a quienes llamo mi familia alemana.
Alsbach-Hähnlein es un pueblo encantador que pertenece al distrito de Darmstadt-Dieburg en la región de Hessen, rodeado de montañas y bosques donde yo solía pasear y montar en bici. Con una población que está justo por debajo de los 10000 habitantes, la región invita al turismo de bicicleta a subir al Melibokus, su montaña más alta, y a disfrutar de su increíble paisaje. Estando ahí me dí el gusto de dar lo que debería haber sido un breve paseo, pero terminó siendo mucho más largo de lo esperado ya que mi mamá alemana se perdió. Cuando finalmente encontramos el camino de vuelta a la cima de la montaña – a carcajada limpia – llegamos al castillo, y nos tomamos un par de radlers a la sombra de los árboles, adornados con banderas alemanas y similar decoración en torno al mundial de fútbol.
Este es sólo un pequeño ejemplo de la adoración alemana por el mundial de fútbol: el Auerbacher Schloss había preparado una zona de patio con mesas y una pantalla enorme, y como no puede faltar en cualquier celebración alemana que se precie una gran provisión de cerveza alemana.
Hay algunas posadas, o Ferienwohnung como las llaman en alemán, algunas de ellas en uno de mis estilos preferidos: Fachwerk o entramado de madera (no os perdáis las fotos más abajo). No me digáis que no os gustaría disfrutar de un fin de semana rodeados de naturaleza, despertarse con el canto de los pájaros, hospedarse en una de estas encantadoras casitas y regalaros la experiencia del desayuno típico de Brötchen con mantequilla y mermelada, huevos, jamón, salami y quesos variados, antes de salir a pasear por las zonas verdes y quizá avistar un ciervo o una liebre.
En este lugar aprendí sobre la gastronomía alemana y cómo hacer mi receta de schnitzel favorita, donde probé la Hefeweizen o cerveza de trigo (una de mis favoritas), donde recogí cerezas al calor de una tarde de verano, las deshuesé e hice mermeladas y tartas, y muchos otros recuerdos felices. Este es el lugar donde conocí a una de mis mejores amigas y donde abrí mi corazón a gente nueva y una nueva cultura que desde entonces he adoptado como si fuera mía.
Volver ha sido casi como viajar en el tiempo – incluyendo el tren de ida, que parecía sacado de los años 70 -: sentados en el jardín conversando sobre cualquier cosa, como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en lugar de hace varios años, cocinando juntos, disfrutando de la naturaleza caminando por el pueblo y las montañas, preparando una barbacoa con amigos, y sobretodo me encantó tener la oportunidad de conocer a los nuevos miembros de la familia. Me sentí en casa como si nunca me hubiera ido (aunque la señorita que solía estar a mi cargo ahora conduce, y eso me hace sentir muy abuela!). El regreso no fue fácil, pero a veces hay que decir adiós durante un breve espacio de tiempo para poder volver a disfrutar de esa compañía poco después.